Ella cree que tiene el control de la situación. Mañana ha vuelto a quedar con él, en su despacho, con otra de tantas excusas solemnes que su joven y revoltosa imaginación le procura. Mañana volverán a analizar otro texto de esos que ella, inconsciente, ha llegado a amar tanto como a su propio ritual de inocente seducción. Sí, en verdad es inocente, puesto que ella sabe que él tiene pareja desde hace muchos años, y que vive con ella (también que viven cerca de su casa, él lo comentó alguna vez, sembrando en la mente de la muchacha fantasías de encuentros inesperados en el parque o por la calle). Además, a ella siempre le han atraído los hombres, maduros, llenos de conocimientos y vivencias, con los que pueda mantener conversaciones y bromas que sus imberbes compañeros ni entenderían, pero su experiencia le dice que estos profesores no ven en ella sino a una buena alumna, con muchas ganas de aprender y un gran futuro por delante. Al principio solía molestarle, ¡ella no era una niña!, pero ahora sabía lo que había y disfrutaba jugando con sus profesores, sabiendo que ni imaginaban las ideas que cruzaban su mente mientras ellos exponían sus teorías con sonrisa bonachona y casi paternal.
Ella cree que tiene el control de la situación, y mientras camina hacia su casa escuchando música y lamiendo un chupachús de fresa, alguien la observa desde su ventana. La observa hoy como todos los lunes a las seis y cuarto, los martes y jueves a las cinco menos cuarto y los miércoles… los miércoles tiene que asistir a esas malditas juntas de departamento. La observa encandilado desde la oscuridad de su guarida, como bestia al acecho de su presa. Sólo que él hace tiempo que dejó de ser cazador. De hecho tampoco se puede decir que en ningún momento de su vida haya sido un gran depredador, él siempre fue de los que esperan a que alguna presa pase desprevenida por su lado y se lo ponga a tiro. La mira y la mira, casi sin parpadear, hasta que dobla la esquina y se lleva consigo esa alegría, ese colorido, esa música silenciosa, dejándolo a él solo con su corazón palpitante y su cabeza aturdida. Mañana la verá, en su despacho, ese al que vuelve en sus más tórridas fantasías, a veces incluso mientras hace el amor con su novia. El sólo pensamiento le hace sonreír ausente, y a la vez le hace sentir miserable, pervertido, asqueroso… ni siquiera sabe qué hay en ella que le haga sentir así. Es una chica mona, sí, con unos ojos verdes selváticos y unos labios carnosos y rosados que a nadie podrían dejar indiferente. Pero por lo demás es bastante corriente, ni siquiera es mucho más inteligente que la media, y quizás sea demasiado consciente de su inocente atractivo. Si eso ya lo sabe él, ya… entonces, ¿por qué no puede sacársela de la cabeza? ¿Por qué le da un vuelco el corazón cada vez que la ve entrar en clase sonriente y parlanchina? ¿Por qué coño sigue esperando verla pasar a diario desde su ventana? ¿¡Por qué?! Se oye un portazo desde la entrada. Él pega un respingo.
- ¿Hay alguien en casa?
Como siempre, esa voz sosiega su corazón inquieto.
- ¡Hola cariño! Estaba aquí asomado, viéndote llegar. ¿Qué quieres que te haga para cenar hoy?
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