domingo, 31 de enero de 2010

Malditos ingleses

¿Dónde se ha visto que un hombre pegue a una mujer?

Este país está lleno de borrachos agresivos. Ebrios, asquerosos, vacíos, sin honor.

Un hombre nunca debería pegar a una mujer si no es en defensa propia. Por desgracia eso no ha llegado a los oídos de algunos por aquí, y ayer pude comprobarlo en mi propia carne.

No pienso volver a vivir en este país de cerdos degenerados.

sábado, 16 de enero de 2010

La conquista


     "Yo sabré conquistarte, y sé que algún día llegarás a amarme", afirma medio convencido el amante incorrespondido de telenovela. Conquistar. ¿Qué es conquistar? Se conquista un territorio libre, o uno cuyos habitantes no quieren ver su tierra ocupada. ¿A qué lumbreras, entonces, se le ocurrió esa expresión? ¿Qué tiene de romántico avasallar a una mujer hasta que por fin ella se rinda? ¿Puede un amor obligado ser amor de verdad? Una mujer conquistada no quiere por amor, sino por aburrimiento. "Fui a su portal cada noche durante ocho meses hasta que por fin accedió a casarse conmigo". Qué romántico... ¿y no cree usted, incansable galán, que si ella hubiera querido verdaderamente casarse con usted no habría tardado ocho meses de noches sin tregua en decidirlo? Lo peor es que las mujeres cedemos, muchas veces no tenemos la fuerza de decir "lo siento pero no, ni ahora ni nunca, y como te vuelva a ver mañana aquí llamo a la policía". No, por el contrario, nos autoconvencemos de que es un chico simpático que nos quiere como nunca nadie lo ha hecho. 


     Pues desde aquí declaro la guerra a todos los conquistadores del mundo, porque cada persona tiene un corazón libre que no debe admitir invasiones ni asedios, sino que debe poder abrirse, salir, explorar y algún día,quizá, acordar una anexión voluntaria. Mientras tanto, mujeres, ¡atrincherad!

¡Cómo te entiendo, Javier Marías!

No es que nunca me haya interesado mucho el trabajo, pero en aquella ciudad, y en invierno, se me hacía insoportable, ya que lo que más tortura de un trabajo no es éste en sí mismo, sino lo que sabemos que a la salida nos espera o no espera, aunque se reduzca a hurgar con la mano en un apartado de correos. Allí no me esperaba nada ni nadie, una conversación telefónica breve con Luisa, cuyas frases más o menos amorosas me servían sólo para no padecer insomnio durante demasiadas horas, sólo un par de ellas. Luego, una cena improvisada las más de las veces en mi propio apartamento, que acababa oliendo a lo que hubiera comido, nada complicado, nada apestoso, pero sin embargo olía, la cocina en el mismo espacio que la cama.

Corazón tan blanco
(Javier Marías)