lunes, 26 de septiembre de 2011

Qué hago en un Starbucks

Eso me pregunto en estos momentos.

Recuerdo la primera vez que fui a uno, hace ya 12 años, al lado del supermercado al que íbamos en Canadá. Aquello fue todo un descubrimiento: las mil variedades de bebidas, las cookies, las muffins de diferentes colores y sabores... y, sobre todo, lo nunca visto, el delicioso y refrescante frapuccino. Aquel granizado de café moca nos tenía locas a mi hermana y a mí, e incluso, ya de vuelta en España, pedíamos a mis padres que nos trajeran uno en botellita de cristal cada vez que se iban de viaje.

Confieso que desde entonces mi opinión del Starbucks ha decaído bastante. Por una parte, con los años me he hecho más consciente del factor "precio" y, admitámoslo, ése no es el fuerte de Starbucks. Pero si sólo fuera eso...

Hoy en día en las grandes ciudades (como Londres, donde me encuentro ahora) hay un mercado nada desdeñable de cafeterías estilo Starbucks, como Costa Café o Café Nero por decir las primeras que me vienen a la mente, con la misma variedad de cafés, tés, galletitas y condimentos varios para la bebida, cuyos precios son siempre inferiores al de Starbucks. Además, el café suele ser mucho mejor, por lo menos el de Café Nero lo es. A favor de la gran S podría aducirse que, al menos según ellos, sus productos son de comercio justo y eso puede subir el precio. Vale. Pongamos que me lo trago.

La gota que ha colmado mi metafórico vaso de frapuccino me la han servido hace apenas un rato. He dejado a mi hermana en la puerta de la universidad y he buscado una cafetería para sentarme a trabajar. En Londres, como ocurre cada vez en más ciudades, todas las cafeterías tienen wi-fi gratis. Como la única cafetería decentemente iluminada y con sitio libre que he visto era un Starbucks, he entrado, he pagado 1,50 libras por un té solo y me he sentado a trabajar. He encendido el ordenador y, ¿adivináis lo que viene ahora, no? Internet de pago. He tenido que comprar una tarjeta Starbucks de 5 libras para poder acceder al internet. Para colmo, cuando he vuelto a mi mesa un chico se llevaba mi té.

En definitiva, éstas han sido las últimas 5 libras que me gasto en un Starbucks, a quienes recomiendo que empiecen a cuidar de sus clientes la mitad de bien de lo que cuidan de los agricultores cafeteros de Colombia.