Frente al juez instructor hay un hombrecillo pequeño de aspecto demacrado, con camisa desgastada y pantalones remendados. Tiene una gran mata de pelo, su rostro está picado por la viruela y sus ojos, apenas visibles bajo unas espesas y enmarañadas cejas, le dan una expresión hosca y taciturna. Del gorro que cubre su cabeza caen unos cabellos enredados que ya hace tiempo que no se peina, acentuando esa imagen de hosquedad arácnida. Está descalzo.
- Denis Grigoriev! –dice el juez.- Acércate aquí y responde a mis preguntas. El 7 de julio el vigilante ferroviario Iván Semiónov Akinfov, que pasaba el turno de mañana por la versta 141, te sorprendió desatornillando una tuerca de las que sujetan los rieles a las traviesas. ¡He aquí la tuerca! La tuerca con la cual te detuvo. ¿Es eso cierto?
- ¿Lo qué?
- Que si es cierto esto que afirma Akinfov.
- Pues sí, está claro.
- Bien. Entonces, ¿para qué estabas desatornillando la tuerca?
- ¿Lo qué?
- Déjate de loqués y contesta a la pregunta: ¿para qué estabas desatornillando la tuerca?
- Si no me hubiera hecho falta, no la habría desatornillado –gruñó Denis, dirigiendo una mirada huidiza al techo.
- ¿Para qué necesitabas esta tuerca?
- ¿La tuerca? Es que nosotros hacemos calas con las tuercas…
- ¿Quién es “nosotros”?
- Nosotros, el pueblo… los mujiks de Klimov.
- Escucha, amigo, deja de tomarme por idiota y habla claro. ¡Aquí de nada sirve mentir con calas!
- Jamás he mentido, ¿por qué iba a hacerlo ahora? –farfulla Denis, parpadeando- ¿Es que puede su señoría pescar sin cala? Si pones un cebo vivo o una gusana en un anzuelo, ¿cómo esperas que se hunda sin cala? Que miento… ¡ja! –sonríe para sí Denis.- ¡Pues vaya negocio del demonio, si el cebo vivo este se queda flotando en la superficie! La perca, el lucio, la lota… siempre van por el fondo, y de los que van por encima, a lo mejor te pica un shilishper, y eso con suerte… Encima en nuestro río no hay shilishperes… a este tipo de pez le gustan los espacios amplios.
- ¿Por qué me cuentas historias de shilishperes?
- ¿Cualó? ¡Pero si es usté el que me ha preguntao! En nuestro pueblo hasta los señores pescan así. El niño más tonto sabe que sin cala no se pesca. La estupidez no tiene límite…
- Entonces, ¿me estás diciendo que desatornillabas esta tuerca para hacer de ella una cala?
- ¡Y para qué la voy a querer! ¿Para jugar a las tabas?
- Pero de cala podías haber utilizado un plomo, una bala, algún clavo…
- El plomo no lo encuentras por el camino, hay que comprarlo, y un clavo no sirve. Mejor que una tuerca no vas a encontrar… ¡si hasta tiene agujero!
- ¡Pero qué clase de tonto eres tú! ¿Es que has nacido ayer? ¿Es que no entiendes, so mentecato, a qué lleva todo ese desatornillamiento? De no haberte visto el vigilante, el tren podía haber descarrilado, ¡podía haber muerto gente! ¡Habrías matado gente!
- ¡Dios me libre, su señoría! ¿Qué es eso de matar? Pero ¿qué clase de proscritos o malhechores cree que somos? Ay Dios, mi buen Dios, nosotros llevamos una vida decente, ¡si es que la sola idea de matar ni se nos pasaría por la cabeza!... ay, virgen de los cielos… ¡qué dice!
- ¿Y por qué cree usted que ocurren los descarrilamientos? Desatornilla dos o tres tuercas y, ¡ahí lo tienes, un descarrilamiento!
Denis entorna los ojos y mira desconfiado al juez.
- ¡Pues nosotros ya llevamos años desatornillando tuercas en el pueblo y Dios nos libre de tener descarrilamientos… matar gente! Si me hubiera llevado un riel o, pongamos, hubiera colocado un tronco a través del camino, entonces, quizás el tren podría haberse desviado, pero ¡psst, una tuerca!
- ¡¿Pero es que no entiendes que con las tuercas se sujetan los rieles a las traviesas?!
- Si lo entendemos… por eso no desatornillamos todas… dejamos algunas… No estamos locos, entendemos…
Denis bosteza y se santigua la boca.
- El año pasado descarriló un tren, -dice el juez.- Ahora entiendo por qué…
- ¿Decía usté?
- Que digo, que ahora entiendo por qué el año pasado descarriló un tren… ¡ahora entiendo!
- Es que ustedes, señores nuestros, para eso son gente instruida, para entender… Dios sabía a quién daba el entendimiento… Por eso usted ha razonado, sin embargo el vigilante, que también es mujik, sin entender bien por qué te agarra del cuello y te entrega… ¡Tú, primero razona y luego me entregas! Lo dicho… a un mujik, mente de mujik… Apunte también, su señoría, que me golpeó dos veces en los dientes y una en el pecho.
- Cuando te registraron, te encontraron una tuerca más… ¿Dónde y cuándo desenroscaste esa?
- ¿Me está hablando de la tuerca que había debajo del baúl rojo?
- No sé donde estaba, pero la llevabas encima. ¿Cuándo la desenroscaste?
- No la desenrosqué. Me la dio Ignashka, el hijo de Semión el bizco. Yo le hablo de la tuerca que estaba debajo del baúl, la que estaba en el trineo del patio la desenroscamos Mitrofán y yo.
- ¿Qué Mitrofán?
- Mitrofán Petrov… ¿es que no ha oído hablar de él? Es el que hace redes y después las vende. Le hacen falta muchas tuercas. Para cada red, unas diez…
- Escucha… el artículo 1081 del código penal dice que por los daños premeditados cometidos contra las vías del ferrocarril, cuando éstos podrían suponer un peligro para el transporte que circule por ellas, y siendo el acusado consciente de que la consecuencia sería una catástrofe… ¿entiendes? ¡consciente! Pero tú no podías saber a qué llevarían tus actos… se le impone el castigo de destierro a los campos de trabajos forzados.
- Bueno, por supuesto, usted ya sabe que somos gente ignorante… ¿acaso podemos ser realmente conscientes?
- ¡Eres consciente de todo! ¡Estás mintiendo, fingiendo!
- ¿Pa qué mentir? Pregunte en el pueblo, si no me cree… Sin cala sólo se pescan brecas, y los gobios… no, ni los gobios te vienen sin cala.
- ¡Cuéntame más sobre los shlishperes! –sonríe el juez.
- No nos vienen shilishperes… Echamos el sedal sin cala flotando a mariposa y nos viene un chub, y eso con suerte.
- Bueno, calla ya…
Se hace el silencio. Denis se balancea apoyándose en una y otra pierna, mira una mesa con tapete dorado, y pestañea como si delante de él no viera un tapete, sino el sol. El juez garabatea a gran velocidad.
- ¿Puedo irme ya? –pregunta Denis después de un rato más de silencio.
- No. Debo arrestarte y enviarte a prisión.
Denis deja de pestañear y, alzando sus espesas cejas, mira confuso al funcionario.
- ¿Cómo que a prisión? ¡Su señoría! No puedo, que yo me tengo que ir a la feria; Egor vende la manteca a tres rublos…
- Calla y no molestes.
- A prisión… si hubiera razones, pues bueno, pero esto… como tú vives bien… ¿por qué? Yo creo que no he robado, ni me he peleado… Y si duda de que tenga atrasos, su señoría, no crea al alcalde… Pregunte al señor consejero… Ni siquiera lleva crucifijo, el alcalducho ese…
- ¡Silencio!
- Si yo me callo… -farfulla Denis.- Pero que el alcalde se equivocó en el recuento, eso se lo juro… Somos tres hermanos: Kuzma Grigoriev, por un lado, Egor Grigoriev, y yo, Denis Grigoriev…
- Me estás molestando… ¡Eh, Semión! –grita el juez.- ¡Llévatelo!
- Somos tres hermanos, -farfulla Denis, al tiempo que dos robustos soldados lo cogen y se lo llevan de la sala.- Un hermano no es responsable del otro… Kuzma no paga, así que responde tú, Denis... ¡Señor juez! ¡Ay, si viviera el barín-general, reino de los cielos, él os enseñaría a vosotros, jueces…! Hay que juzgar con conocimiento, no a lo loco… Él podía azotarnos con la vara, pero siempre con conocimiento de causa…
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