Siempre que
mi novio y yo nos separamos porque uno de los dos se va de viaje, la
noche anterior está llena de besos y abrazos y “te echaré de
menos”, como es normal. Y anoche no fue una excepción, pero esta
mañana nos habíamos propuesto levantarnos con unas horas de margen
antes de mi vuelo para tener tiempo de desayunar tranquilamente y
darnos un baño y... despedirnos como es debido, vaya, pero no ha
sido así. Una mezcla de impulso por arreglar asuntos burocráticos
en el último momento y reproches absurdos varios ha estropeado un
poco la atmósfera nostálgica, y nos hemos montado en el taxi un
poco desinflados (al menos yo). Hemos pasado el viaje al aeropuerto
dados de la mano y mirando en silencio el paisaje de Kiev, infestado
ahora de publicidad sobre la próxima eurocopa de fútbol 2012, que
la ciudad acogerá este verano.
En el
trayecto al aeropuerto he mirado mi cartera y he descubierto que sólo
me quedaban 28 euros y tenía que pasar seis horas de conexión en el
aeropuerto de Fránkfurt... sin darme cuenta, en el viaje de ida sólo
había dejado dinero suficiente para pagar el taxi de vuelta a casa,
y mi novio sólo tenía dinero en hrivnas ucranianas. Bueno, total mi
madre iba a estar esperándome en casa esta noche, me lo confirmó
ayer. “Cojo un taxi y al llegar le pido dinero a ella”, he
decidido. Así podría gastar los euros que tenía en comer algo en
Fránkfurt. Pero, por si acaso, una vez depositado el equipaje en el
mostrador de Lufthansa y sentados los dos hasta que llegara mi hora
de embarque, he intentado llamar a mi madre para avisarle y
asegurarme de que iba a estar en casa a mi llegada y de que iba a
tener dinero suelto para pagar el taxi, pero no he dado con ella.
Entonces, en
vez de tratar de confortarme, decirme que no pasará nada y que le
llame cuando llegue, mi novio me ha dado un discurso académico sobre
lo estúpida que soy (como continuación al breve mensaje
introductorio sobre el mismo tema emitido ya en el taxi). Esto,
obviamente, no me ha hecho mucha gracia. He puesto morritos y me he
callado, como suelo hacer cuando me ofendo, a la espera de un impulso
de comprensión y arrepentimiento por parte del ofensor. Como de
costumbre, no ha dado mucho resultado. Me he pasado veinte minutos
enfurruñada, finalmente le he soltado una retahíla de puyas sobre
el poco tacto que tiene y el mal viaje que iba a tener por su culpa,
y de esa shakespeariana forma nos hemos despedido, yo asqueada y él
saturado, sin siquiera un beso.
Para mejorar
mis ánimos, nos han tenido veinte minutos de reloj esperando en el
autobús que lleva de la terminal al avión con las puertas abiertas,
a treinta bajo cero, rato que yo he aprovechado para acordarme de
todos mis amigos de Bilbao que estos días se quejan del frío que
hace, y de algunos de sus ancestros.
Al final el
vuelo ha salido con más de media hora de retraso, lo cual no era un
problema para mí porque, como ya he dicho, tenía tiempo de sobra en
Fránkfurt, pero no así mi compañera de asiento y su hija, una
bolita rubia que, gracias al cielo, no ha llorado casi (a pesar de mi
pesmista pronóstico, visto el día que llevaba). La chica, que según
he descubierto más adelante se llama Nastya y es bielorrusa, estaba
preocupada porque podía perder el siguiente vuelo y no se arreglaba
muy bien en inglés. Yo me he ofrecido a acompañarle por si
necesitaba reclamar una nueva reserva, una llamada por teléfono, y
todo lo típico en estos casos.
Efectivamente,
Nastya no ha podido coger su otro vuelo y, después de hacer todos
los trámites pertinentes, me ha invitado a compartir con ella los 20
euros que le han dado para comida y bebida. Era una mujer muy
atractiva, casi de mi edad, rubia y explosiva pero sin todos esos
accesorios y maquillajes horteras que suelen llevar las eslavas. Vamos, que si no
se hubiera lanzado a casarse y tener familia como tantas jóvenes
allí, lo mismo podría haber estado bailando desmelenada en un club
de Moscú que sentada en esa mesa con su hija y conmigo.
Ha sido
entonces, mientras charlábamos saboreando nuestra salchicha vienesa
con Franziskaner, cuando he caído en la cuenta de que una de mis
facetas más criticadas por Ruslan, la de querer ayudar a todo el
mundo como si fuera una especie de ONG frenética, me había
arreglado la papeleta generada por otra de mis cualidades que más le
irritan, la de mi desastrosa y desordenada existencia, que me
había dejado con sólo 28 euros en la cartera. Ahora estaba comiendo
gratis y podría guardar ese dinero para el taxi. La idea me ha dado tal
sentimiento de victoria que se lo he contado a Nastya, tras lo cual ella ha propuesto un brindis, “Za ironiya sud'by” (Por la ironía del destino).
5 comentarios:
Hola,verás:
He leído tu entrada por casualidad, y me he quedado un poco anonadado, te explico por qué:
¿Quieres hacer ver al mundo que eres buena persona? Si lo fueras, no habrías aceptado la invitación de esa pobre chica.El que ayuda, no espera nada a cambio.
No sé qué hace tu novio aguantando morritos (actitud infantiloide) ¿Será él tan inmaduro como tu?
Deja de echarte flores, si de verdad te las merecieras, tu blog estaría plagado, y no he visto ninguna.
Me parece penoso que haya gente tan ególatra como tú y no se haya dado cuenta. Necesitas tratamiento, palabra de profesional. Buena suerte y a ver si cumples tu sueño (SÉ CUAL ES) y todo el mundo te aplaude aunque no les des ningún motivo para hacerlo.Espero que te tomes esta crítica constructiva como lo que es, y no como un insulto personal.Saluditos encanto.
@-',--
Rosas para ti, por encantadora :)
Tu de constructivo nada ,eres un bulldozer,con lo majica que es la mujer,,ni a la suela del zapato la llegas,,
HOLA NIKE,,Vives en Madrid ahora ?soy alejandro,,,
HOLA NIKE,,Vives en Madrid ahora ?soy alejandro,,,
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